29 Feb Acento y talento asturiano
La soprano Beatriz Díaz y el compositor y pianista Luis Vázquez del Fresno encandilan en el auditorio de Avilés
→ Es siempre un placer escuchar al maestro Vázquez del Fresno interpretar obras suyas, al que admiro desde mis tiempos de estudiante en Mieres donde visitaba la extinta Filarmónica local, y donde pude disfrutar del gran repertorio como de sus propias composiciones en unos años 70 inolvidables. Comenzar con Yerba, op. 12 (1977) para piano solo me remontó a los orígenes, la fusión e inspiración de nuestro folklore como en tantos grandes compositores de la historia. Ideada para Eladio de la Concha, presidente que fuera de la hermana Sociedad Filarmónica de Gijón, aparecen temas populares asturianos a partir del tema original «Orbayu».
Nuestro rico folclore va desgranándose con canciones reconocibles por todos que se elevan a la categoría de concierto: «Dime paxarín…», «Romería de San Andrés», «La moza que a mí me quiera», «Orbayu», «Soy de Pravia», «Soy de Mieres», «Caminito de Avilés», «La mió neña» y esa vuelta al «Orbayu», música cantábrica cual Mompou mediterráneo por ese acento francés que tanto pesa en Vázquez del Fresno, los enlaces entre los temas populares que les dota de esa unidad sin perder la esencia, recuerdos e inspiración de otros grandes asturianos (Torner, Saturnino o Manuel del Fresno) que partiendo de lo tradicional lo recrean y elevan a atemporal.
Cantarinos pa que suañes utiliza los textos escritos por el allerano residente en Gijón José María González Fernández, Chemág, publicados por el Conseyu Rexonal d’Asturies en 1979 y reeditados en 1998 por Editora del Norte, el mismo año en que fueron grabados por el propio compositor al piano y la voz de la mierense Tina Gutiérrez, trece canciones que Beatriz Díaz interpreta como nadie por cercanía a la obra completa (letra y música) engrandeciendo la música asturiana digna de figurar en la historia de nuestra «Lírica» que nada tiene que envidiar al Lied alemán o la Chanson francesa que tan bien conoce tanto el gijonés Vázquez del Fresno como la propia soprano allerana, que ya nos dejase una pequeña muestra hace ocho años, ahora en este tándem que hace única esta obra al completo con el compositor al piano, esperando lo lleven al disco para conservar un patrimonio de todos.
Y es que la voz de nuestra soprano es única para aunar la música del pianista y compositor, aunar la tonada asturiana y la canción de concierto desde el conocimiento, el buen gusto, el color que sigue único pero con más cuerpo en el grave, la musicalidad de unas partituras que respetan el texto y Beatriz Díaz representa, enamora, convence. Alguien del público decía que sabían a poco, tal era la entrega en cada estampa.
Agrupadas en tres bloques de cuatro, cuatro y cinco sumando el trece mágico, comenzaba esta joya con «Cantarinos pa que suañes» que titula el ciclo y ya nos guiaba por un discurrir único, la voz protagonista y el piano arropando siempre con unas armonías y modulaciones que elevaban los versos (de los que se nos entregó una copia bilingüe para poder seguirlas con verdadero deleite). «La mió mamina», «La cadenina» y «Al son d’una gaita vengo» cerrarían esta primera entrega con melodías que parecen nuestras por giros, referencias al folklore y siempre la vocalidad presente y una vestimenta ilustrada al piano en un discurrir natural por parte de ambos intérpretes.
Jugando con los giros ad libitum típicos de la tonada donde el piano se convierte en «gaita de tecla», enlazando con momentos líricos dignos de Fauré, el segundo bloque con una acústica asistida en esta sala avilesina que permite saborear cada fin de canción: «La xaronca namorá», la exigente «Les abeyines» con unos sobreagudos en pianístico que solamente «la Díaz» es capaz de cantar, delicadez en «Los carros de la mió aldega», fraseada en este asturiano nada artificioso que se mantiene fresco sin academicismos, para concluir con otra bellísima «La ñube», canción íntima con la atmósfera asturiana, cantábrica y vestida de mediterráneo con unos pianísimos que ponen la carne de gallina.
Tercer y último bloque con inspiraciones directas, un «Villancicu» rítmico de recuerdos a xiringüelu de salón, la nana «Añada d’una caparina» de aire moderadamente lento dibujando el tema popular que en el piano reviste de ópera al evocarme la Liù pucciniana por modulaciones y sentimiento antes de «La mollinera allegre», canto asturiano elevado a internacional, juegos modales de dificultades máximas para la voz aunque siempre mimada en escritura, acompañamiento e interpretación que el dúo Vázquez-Díaz sublimaban según se acercaba el final. El ambiente impresionista tan del gusto del compositor se percibiría en «El xuguete» en un juego de tensiones entre la fuerza y la caricia, el soldadito y el caballo de cartón rotos como el sentimiento en la pérdida del amigo emigrante, maravillosa dramatización de la soprano y convincente complemento pianístico con una escritura que va subiendo de tono en todos los sentidos para concluir con el «Marineru» de tierra y montaña, mina y mar que tanto ha inspirado a los músicos, rememoranzas de «Al pasar por el puertu» o «La mió neña», lágrimas vocales que emocionan, el piano gijonés y la voz allerana, para un broche de oro a estos Cantarinos donde el diminutivo es cariñoso y la música superlativa.
No podían faltar los regalos y más con Beatriz Díaz que prosigue su carrera operística, dos arias de quitar la respiración para un público entregado: Cilea y «Io son l’umile ancella» (Adriana Lecouvreur) rotundamente íntimo y cantado con total entrega, más el Puccini para el que la de Bóo está dotada como ninguna, ese «O mio babbino caro» (Gianni Schicchi) siempre único y emocionante con Vázquez del Fresno mimando a la soprano en toda la velada. Un placer que se repetirá en la Filarmónica Gijonesa en mayo, sociedades centenarias que tanto han ayudado y siguen luchando por promover la música e intérpretes de la tierra, como esta pareja de asturianos que suma generaciones y talento.
■ La Música en Siana, 27 de febrero de 2020 ● Pablo Álvarez Fernández