Beatriz Díaz: «Aterricé en la ópera casi por casualidad»

Beatriz Díaz: «Aterricé en la ópera casi por casualidad»

Beatriz Díaz es, a sus 32 años, una de nuestras sopranos con mayor proyección internacional. Natural de Boó, en el concejo asturiano de Aller, se ha llevado la ovación del público en zarzuelas y óperas como «La bohème», «Turandot», «L’elisir d’amore» o «Carmen». Triunfó en el Festival de Salzburgo a la batuta de Riccardo Muti y escuchó una tormenta de bravos en Oviedo, su tierra, con la cantata «Carmina Burana» de La Fura dels Baus.

Beatriz Díaz empezó a estudiar canto cuando tenía 15 años. «A los 17 comencé a hacer conciertos a nivel regional y fue el 11 de Noviembre del 2002, San Martín (en referencia a una de las fiestas más queridas de la tierra que la vio nacer), la primera vez que me sumergí en una producción de ópera en el Teatro Campoamor de Oviedo», explica.

En Madrid la hemos visto en el Teatro Real en repetidas ocasiones y, más recientemente, en el Teatro de la Zarzuela, en la versión de «Viento es la dicha del Amor» de Animalario. Además, se ha llevado el calor del público en los grandes coliseos del mundo, como el Pérez Galdós de Las Palmas, la Ópera de Roma, La Fenice de Venecia, Châtelet de París o Colón de Buenos Aires.

El pasado 3 de octubre debutó en Japón. En Tokio puso al público en pie en The Musashino Cultural Foundation en su actuación junto al pianista Julio Alexis Muñoz. Al final del concierto, los aficionados de Tokio hicieron cola frente a su camerino para pedir autógrafos.
Antes del vendaval, Díaz charló con Que.es. Y quedó claro que aún más grande que la soprano, es la persona.

– ¿Qué tal la experiencia japonesa?

– ¡Fue una noche especial. Nunca olvidaré Tokio ni su gente encantadora, un público entregadísimo que me hizo sentir en casa. Nuevas experiencias que tendrán un sitio especia en mi cajita de recuerdos.

– ¿Por qué esta carrera y no otra?

– Empecé a cantar siendo muy niña y mis padres me dieron todo su apoyo. Me enviaron al Conservatorio y la afición fue incrementándose paulatinamente. Llegado el momento, compaginé el estudio de la voz con mi formación universitaria en el campo de la biología, y en mis ratos libres comencé a intervenir en conciertos por Asturias. Aterricé en la ópera casi por casualidad porque desconocía totalmente este género. Fue mi maestra quien, a la vista de mis aptitudes, me fue orientando. Yo me dejé llevar hacia un mundo de fascinación que me enamoró desde el primer momento. Fue como si hubiera encontrado mi sitio en el mundo, encajaba allí y me sentía muy cómoda sobre el escenario. Empecé a hacer audiciones y surgieron proyectos en teatros importantes. Así que tuve que elegir entre la ciencia o el arte. Y opté por la segunda opción.

– ¿A qué has tenido que renunciar (o estás renunciando) por la profesión? 

– Todo trabajo tiene sus luces y sus sombras. Me dedico a una profesión que implica viajar y estar mucho tiempo fuera de casa, lo que conlleva alejarse de la familia y los amigos. A veces es difícil la soledad, pero se sobrelleva. Renuncio a tener una vida convencional con unos horarios fijos y una rutina, pero es el único modo de vida que he conocido y hasta ahora me ha funcionado muy bien. No me puedo quejar.

– ¿Qué beneficios te aporta? 

– Tengo la suerte de dedicarme a una de las cosas que mas me gusta hacer en la vida: cantar. Mi trabajo para mí es un regalo. Me pasa el tiempo volando, disfruto cada ensayo, cada representación, cada momento. Además he tenido la oportunidad de vivir en muchas ciudades del mundo y me encanta conocer diferentes culturas, distintas formas de entender la vida. Todo te enriquece.

– ¿La juventud ha sido alguna vez un handicap en tu profesión? 

Todo lo contrario. Comenzar joven me ha permitido tener tiempo para estudiar, para ir asimilando información con tranquilidad y constancia. El estudio de la voz te obliga a trabajar con tu cuerpo y a conocerte, a establecer una técnica que necesita tiempo y maduración para que se perfeccione.

– ¿Recuerdas tu primer concierto? 

– Sí, fue con mis compañeros de estudio en una Casa de Cultura. Había nervios entonces y los hay ahora, pero quizás el grado de responsabilidad es distinto. Era una estudiante que hacía su presentación y que quería comerse el mundo. Sí que recuerdo mi primera ópera con especial cariño, porque además de cantar tenía que actuar, algo que nunca había hecho antes, y alucinaba con todo. Vestuario, peluquería, maquillaje, la orquesta, las voces de mis compañeros… ¡Todo era nuevo para mí!

– Si alguna vez (esperemos que no) tienes que dedicarte a otra cosa, ¿a qué sería?

– Pues, sinceramente, es algo que nunca me he planteado, seguramente seguiría en el camino de la música desde otra perspectiva o quizá en actividades ligadas al turismo, los viajes y los idiomas, aunque me sigue gustando mucho la biología…

Qué!, 6 de octubre de 2013