«Der Zwerg» en la Ópera de Tenerife

«Der Zwerg» en la Ópera de Tenerife

Beatriz Díaz fue determinante, con homogeneidad y voz timbrada en los registros medio y agudo, y mostró una conducción de la voz que corría con una naturalidad sobresaliente


Justo después de cumplirse el centenario de su estreno, Ópera de Tenerife presenta Der Zwerg (El enano), ópera en un acto del compositor vienés Alexander von Zemlinsky con libreto de George Klaren, que toma como base el cuento trágico en un acto El cumpleaños de la infanta de Oscar Wilde. Estrenada la tarde del 28 de mayo de 1922 en la Ópera de Colonia (Köln Staatstheater) con Otto Klemperer a la batuta, Erna Schröder (soprano dramática que debutaba ese año y que se especializaría en roles de Richard Strauss y Richard Wagner) como Donna Clara, infanta de España, y Karl Schrödercomo el enano), este título resulta apenas conocido para el público general y también para una mayoría de los intérpretes. Durante el siglo XX se documentan tan solo tres representaciones muy distantes: 1922, 1981 y 1996. No es pues, precisamente, un título de repertorio, lo que da un plus de interés a su estreno en las Islas Canarias, que cuenta con dos temporadas estables de ópera, organizadas de forma totalmente independiente.

El compositor vienés vivió estigmatizado a partir de la llegada democrática al poder de Adolf Hitler en 1933, quien etiquetó pronto su obra como Entartete Musik (música degenerada). Huelga decir que, siendo nuestro autor judío, tenemos hilo suficiente para un amplio corpus de artículos científicos e incluso una tesis doctoral. Y es que el actual olvido de Alexander von Zemlinsky me recuerda la historia de otro gran músico que vio truncada su carrera: el malogrado compositor polaco Viktor Ullmann, también judío, quien muriera en la cámara de gas de Auschwitz a los 46 años de edad. Nos corresponde a los musicólogos, intérpretes, críticos, gestores, periodistas, y docentes, entre otros tantos agentes sociales, seguir interpretando la historia con todos sus partícipes, también Ullmann y Zemlinsky, talentosos y prolíficos como otros que sí están presentes en el relato de la musicología centroeuropea.

Que la ópera se desarrolla en un solo acto no es un caso aislado ni en Zemlinsky ni en sus coetáneos. Quizá como reacción natural a los largos dramas de finales del siglo XX (para los que parecía no ser suficientes cuatro horas), surgen los breves zeitoper, así como Il Trittico pucciniano, Erwartung de Schönberg, Hoffnung der Frauen del joven Hindemith, incluso las opéras-minutes de Milhaud.

La historia expuesta en el libreto de Der Zwerg puede interpretarse en declive o, justo al contrario, de camino al súmmum: de algo rutinario que deriva en tragedia o, según se vea, de algo banal que torna en una intimidante alegoría de limpia candidez y verdadero amor. Convergen en este relato adaptado la bisoñez del enano, interpretado por el tenor Mikeldi Atxalandabaso (cuya «casual» vestimenta en esta producción, diferente a la de todo el resto del elenco, sitúa magistralmente en nuestra actualidad cotidiana el escenógrafo y director de escena Daniel Jeanneteau), la crueldad y burla de Donna Clara, infanta de España, con la soprano Mojca Erdmann, y la ternura y lástima que muestra Ghita, la dama de compañía, rol defendido por la soprano Beatriz Díaz.

Mikeldi Atxalandabaso seduce desde el inicio con una voz muy completa en el registro medio y medio-agudo, con un timbre realmente bello y cavernoso y un fraseo que conmueve y atemoriza cuando la partitura se lo pide. En el registro agudo pareció por momentos oscurecer demasiado, con una afinación perfecta pero ciertos golpes de glotis que, quizá, exigía el rol en su interpretación. El tenor fue absolutamente creíble en la relación de episodios de ira («Wienst du? Liegst du am Bodem?»), euforia y lirismo («Mädchen, nimm’ die blutende Oragnge»), melancolía y tristeza. El  enano sólo se descubre a sí mismo cuando se refleja en un espejo gigante, y visualiza así que es diferente al cerrado mundo aristocrático en que se desenvuelve la historia, que en esta producción es un mundo onírico incluso en la vestimenta de la infanta, sus sirvientes y amistades, es decir, el resto del elenco (exactamente todo el resto del mundo que percibe el enano).

La soprano Mojca Erdmann (Donna Clara, infanta de España) previno al público de estar aquejada de una inflamación vocal, cuestión que fue rápidamente olvidada, a tenor de la brillante noche que dio en un rol verdaderamente difícil en su registro agudo. Un papel que va creciendo en exigencia hasta llegar al climax de la primera parte, «Habt ihr’s gehört?» momento en que ridiculiza al enano que, creyéndose como los demás, aún no se ha visto reflejado en un espejo.

Beatriz Díaz (Ghita, dama de compañía) fue determinante, con homogeneidad y voz timbrada en los registros medio y agudo, y mostró una conducción de la voz que corría con una naturalidad sobresaliente. Muy convincente en el desarrollo del personaje. No menor fue la capacidad de convicción del bajo-barítono Philipp Jekal (Don Estoban, el chambelán), un rol que bascula y equilibra la crueldad de quienes ridiculizan al enano, por un lado, y la burla sin piedad, por otro. Diligente y resoluto, como también lo fueron las tres criadas de la infanta, y las dos amigas, Nina Solodovnikova, Carmen Mateo, María Ostroukhova, Ezgi Alhuda y Sophie Burns, respectivamente.

La música refleja el inmenso talento y no únicamente la encomiable tenacidad de su autor. Partitura sólo popular y quasi tonal en muy contadas e intencionadas ocasiones a petición del libreto, la música es en su mayor parte un reflejo de las vanguardias europeas de inicios del siglo XX, justo en el momento anterior a la bocanada de aire fresco que trajesen desde el Nuevo Mundo los barcos cargados de jazz. No en vano, en la conferencia «Mi evolución», pronunciada en 1949 en Los Ángeles (Estados Unidos), Arnold Schönberg ubica a su profesor y amigo Alexander von Zemlinsky como el mejor compositor de música dramática después de la desaparición de Richard Wagner: «No conozco ningún compositor posterior a Wagner, que pudiera acometer lo que el teatro exige con mejor sustancia musical que él», que ya es decir, mientras le define taxativamente como «a great opera composer». El maestro Alessandro Palumbo realizó una adaptación de parte de la partitura original, para un número diferente de efectivos, y dirigió con destreza a los profesores de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, que destacaron por partes iguales en sus diferentes secciones. Es una ópera difícil y esta orquesta puede afrontar con sobresaliente también este título.

En la coproducción francesa estrenada 2017 en Opéra de Lille, el coro contaba con 8 voces femeninas (en la partitura original editada por Universal-Edition en 1921 no se especifica un número concreto de voces y únicamente aparece la indicación «frauenchor»), y Ópera de Tenerife cuenta esta vez con 30 voces femeninas en el Coro Titular de Ópera de Tenerife – Intermezzo (hasta esta temporada Coro de Ópera de Tenerife), magistralmente dirigido una vez más por la maestra Carmen Cruz Simó, quien infiere juventud regeneradora, completado con algunas voces profesionales que dan un empaque envidiable al conjunto. Destacables las voces graves (Canarias es tierra de lírica, especialmente voces agudas), el coro canta siempre detrás de la caja rectangular minimalista que está en escena en esta producción a, al menos, 12 metros de distancia hasta la boca del escenario y siempre un escalón abajo, en altura, detrás de los solistas. Probablemente la acústica en el escenario de este auditorio, como la de otros con similar voluptuosidad en la caja escénica y en el patio de butacas, hace que las artistas del coro estén más cómodas cuando están compactadas que cuando están a un metro de distancia entre ellas o más, según requiera la escena. Esta partitura presenta una textura eminentemente homófona que en algunos números recuerda a los coros de Manon Lescaut (durante el comienzo naíf de la historia) y en otros a los de Tosca (momentos de clímax que el coro femenino resuelve con brillantez), ambas de Giacomo Puccini.

Es sello de Ópera de Tenerife el programar producciones escenográficas actuales (ejemplos de ello son el Salomé de Strauss del director de escena Giancarlo del Mónaco en 2009, o el Don Giovanni de Mozart de la directora de escena Rosseta Cucchi en 2014). A este empeño por realizar producciones modernas se une ahora el esfuerzo desde la temporada pasada por programar óperas del siglo XX (que no contemporáneas). Es un camino más que acertado en una plaza que opta de verdad por atraer nuevos públicos, ajustando precios y programando títulos menos conocidos, cuestión de agradecer también por un público ávido por descubrir nuevas obras.

Der Zwerg es una ópera superior en lo musical más que en lo dramático, digna de obtener el merecido título de «ópera de repertorio». Hoy, 9 de marzo, es la segunda función y el sábado 11 de marzo la tercera y última.

Ópera World, 9 de marzo de 2023 · Rubén Mayor