La asociación cultural «Canción Asturiana de Gijón» rinde homenaje a Beatriz Díaz

La asociación cultural «Canción Asturiana de Gijón» rinde homenaje a Beatriz Díaz

Nació entre tonadas y ha acabado triunfando a lo grande, sin olvidar sus orígenes, cantando ópera en los teatros mayúsculos de todo el mundo.

Alberto PIQUERO

Es Beatriz Díaz (Boo, Aller, 1981), quien el próximo domingo recibirá un merecidísimo homenaje de la Asociación Cultural «Canción Asturiana de Gijón» por toda su trayectoria artística. Será en el Marieva Palace, de Porceyo (Gijón), a las 13 horas.

– No es la primera vez que se le rinde tributo en Asturias, aparte de sus galardones internacionales. ¿Se siente profeta en su tierra?

– No sé si profeta… Me siento muy querida, y yo quiero mucho a mi tierra. Para recibir, primero hay que dar.

– Todo esto empezó de la mano de su padre, Ricardo Díaz, cantante de tonada…

– Él es el culpable (ríe)… De muy niña, le escuchaba ensayar los concursos de tonada en casa y poco a poco fui entendiendo ese lenguaje.

– Lo entendió tan bien que a los seis años se atrevió a subir al escenario por primera vez…

-Sí, en las fiestas de San Juan, en Boo, y canté «El pintor que pintó a Xuana». Lo recuerdo por fotografías y por lo que me han contado mis padres. Y me trae la memoria de una infancia muy feliz.

– ¿Cómo era aquel ambiente de la tonada en el que se desenvolvía su padre?

– Íbamos a todos los concursos y era el único momento en el que yo, que era una guindilla, que nunca paraba, me quedaba quieta, escuchando. Era un ambiente muy natural, tal vez con menos gente joven que la que hoy, afortunadamente, se va incorporando a la tonada.

– Por ahí estuvo, hasta que compareció la ópera, la canción lírica, en su vida…

– Estudié solfeo, piano y canto; pero no sabía a lo que me iba a dedicar. Estudiaba Biología. En realidad, la primera vez que fui a la ópera tenía ya diecinueve años. Hubo una época de transición. Las técnicas de la tonada y de la canción lírica son casi antagónicas, la tonada es más gutural y menos diafragmática. Tenía que conocer y reconocer las sensaciones de la lírica.

– Entre las profesoras de canto que la guiaron se cuenta ni más ni menos que Montserrat Caballé…

– Fue algo muy fuerte, increíble. Yo tenía dieciocho años. No podía concebir que apenas salida de Boo, una persona a la que admiras tanto, un referente mundial de primer nivel, te atendiera. Me escuchó y me dio palabras de aliento. Me marcó.

– Avanzando un poco más en el tiempo, en 2007, obtiene cinco de los premios del Concurso Internacional de Canto Francisco Viñas, que tiene fama de muy riguroso…

– Me provocó una explosión de sentimientos, que nos hizo llorar a mi padre y a mí. Unos premios al sacrificio, tanto mío como de mi familia. Estaba orgullosa de cómo había cantado, pero siempre prefiero no esperar ningún galardón, para ahorrarme decepciones… Acabaron siendo unos premios que impulsaron mi carrera en serio.

– ¿La coronación, por así decir, llegó cuando Riccardo Muti la invitó al Festival de Salzburgo?

-Cumplía el sueño de estar trabajando con una leyenda viva. Fue un enorme placer, aunque exige mucho. Y yo creo que eso está bien, porque el único modo de crecer artísticamente es exprimiéndote al máximo.

En Salzburgo cantó la «Missa Defunctorum», de Paisiello; pero, ¿cuáles son los compositores que le ocasionan mayor emoción?

– Me encantan todos, y la zarzuela tanto como la ópera, me gusta ser poliédrica. Sin embargo, hay un compositor al que adoro, que tengo en mi corazoncito, especial, que es Puccini. Es sentimiento puro y fácilmente entendible. Con muchas mujeres que sufren, eso sí, de Madama Butterfly a Tosca. Debe ser que aunque yo me río mucho, llevo a una dramática dentro (se ríe)… Además, se adapta muy bien a las características de mi voz. El personaje de Mimí, de «La bohème», fue lo que canté en el Concurso Francisco Viñas.

– Habiendo conocido la mayoría de los grandes teatros del mundo, ¿hay alguno que le suscite una particular vibración, aparte de los asturianos, vaya?

– La verdad es que casi todos son historia viva. Por señalar alguno, el Teatro Colón, de Buenos Aires, tan inmenso y tú tan pequeñita, donde además me sentí tan amparada como si estuviera en casa. O el de Salzburgo, excavado en la montaña. O el de La Fenice, de Venecia… Tantos…

– Otra de sus colaboraciones ha sido con La Fura dels Baus, haciendo «Carmina Burana». ¿Qué tal ha resultado la experiencia?

– En general, me adapto bien a cualquier idea en la dirección de escena. La Fura es una descarga de adrenalina, que te pone al límite. Estrenamos en Oviedo y este año abriremos el Festival de Verano de Ohrid (Macedonia). El año pasado fuimos a Granada, a la Alhambra, en una noche de Luna mágica.

– Hablando de directores de escena, están sus obras con un asturiano universal, Emilio Sagi…

– Un creador con una estética fantástica, llena de color y cuidada hasta el mínimo detalle. Hice con él «La generala», en el Teatro de la Zarzuela, y trabajamos en el Châtelet, de París.

– ¿Para finalizar, nos da un diagnóstico acerca de la tonada y la ópera en el momento actual?

– Siendo campos diferentes, el diagnóstico es positivo para las dos. En la tonada, se está ayudando y se va integrando gente joven, manteniendo la tradición e innovando, siempre con respeto. En el programa de la TPA, de Chus Pedro, canté un tema de La Busdonga, sólo con piano, pero manteniendo total respeto. Si comparara mi vida con un árbol, las raíces serían las de la tonada. Y en los conciertos líricos, procuro incluir algo asturiano. Me gusta hacer gala de asturiana.

■ El Comercio, 5 de junio de 2015