«La dama del alba», entre el realismo y la fábula

«La dama del alba», entre el realismo y la fábula

El Campoamor brindó una cálida acogida al estreno de la ópera de Luis Vázquez del Fresno sobre el drama de Casona


Comenzar una temporada con un estreno absoluto, como hizo ayer la Ópera de Oviedo en su 75 aniversario, es un acto de valentía y de fe. De valentía porque los estrenos, al estar lógicamente fuera del repertorio hasta que, en el mejor de los casos, pasen algunos años, conllevan un riesgo evidente, que la Ópera de Oviedo asume con valor, al igual que hizo en el 2018 con Fuenteovejuna, de Jorge Muñiz con libreto de Javier Almuzara. Y de fe, porque previo al estreno está la creencia en el compositor y la obra. Pero también es un acto consciente de apoyo a la creación musical contemporánea y, especialmente en este caso, a la cultura asturiana. Ayer, en un Campoamor abarrotado y expectante, Luis Vázquez del Fresno cumplió una de sus mayores ilusiones musicales: el estreno de La dama del alba. Un sueño deseado durante casi treinta años de trabajo de orfebre e inspiración de artista. Al final, el autor salió a escena recibiendo una fuerte ovación.

Alejandro Casona dedicó La dama del alba, escrita en el exilio, a «mi tierra de Asturias: a su paisaje, a sus hombres, a su espíritu». Ese paisaje, gente y espíritu de Asturias, es el que Luis Vázquez del Fresno recoge en su ópera. El libreto, también escrito por el compositor, es totalmente fiel, incluso en la literalidad de expresiones habladas, al texto teatral. Se aligeran algunos diálogos y la acción del «retablo», así denomina Casona a su obra, pasa de cuatro actos, en Casona, a tres, en la ópera, sin perder la esencia asturiana original. En la recreación sonora del drama, Vázquez del Fresno superpone estéticas musicales diferentes, lo que se percibe como un cierto eclecticismo en el que conviven la música tonal y la línea «cantábile» en muchas de las voces con la atonalidad generadora de tensión, rasgos de la música popular y sonoridades novedosas, producidas algunas al azar en un guiño a la aleatoriedad. Fundamentalmente, la línea vocal es casi siempre una declamación continua, lo que a veces da cierta idea de estatismo y monotonía. Breves momentos tonales rompen, especialmente en el segundo y tercer acto, esta declamación continua con melodías más realzadas.

El director de escena asturiano Emilio Sagi, apoyado en una escenografía de Daniel Bianco, proyecta sobre las tablas del Campoamor una naturaleza vigorosa de raíz asturiana que invade la caja del teatro y envuelve una acción en la que se entremezclan realidad y mito. Escena preciosista en el primer acto, integrada la casa de los Narcés dentro de un robledal. Y en el segundo y tercer acto, la escena juega con reflejos de espejos sobre un verde prado para iluminarse todo en el número final, que recoge la llegada del alba después de la noche de San Juan. En un estreno no existen referencias previas para comparar la labor de los músicos, pero se pueden percibir la coherencia, el empaste y el sentido dramático de los intérpretes. El compositor y director Rubén Díez realiza al frente de la OSPA una lectura cabal, bien ligada y bien acentuada, combinando riqueza dinámica y calidad de ritmos. En algunos momentos, hubo un exceso de volumen. Fue muy aplaudido el intermedio del segundo acto. El Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo), a cuyo frente está Pablo Moras, cumple en la ópera una doble función. La primera como amplificador de la acción, siendo testigo y conciencia de los acontecimientos, a la manera del coro en el teatro griego. La segunda función, como partícipe de la acción en las escenas festivas relacionadas con la noche de San Juan. Como complemento coral, debemos referirnos a las voces infantiles de la Escuela de Música Divertimento, que añaden un aire de espontánea ingenuidad a la obra.

Entre los protagonistas, el contratenor Mikel Uskola confiere al personaje de Peregrina, es decir la muerte, un carácter irreal y misterioso. Sin embargo, el volumen de voz es muy tenue, se escucha siempre en la lejanía y se sigue gracias a la proyección del diálogo. La soprano asturiana Beatriz Díaz interpretó a Adela con calidez y lirismo. Estuvo especialmente acertada en el principio del segundo acto, cuando canta el «Romance del Conde Olinos» y juguetea con los niños. Pero en la parte más comprometida, el dúo amoroso, hubo pequeños desajustes en la tesitura aguda. El rol de Martín corrió a cargo de Santiago Vidal: correcto, aunque un poco desigual en los matices. Carmen Solís interpreta el papel de Angélica, el rol más dramático de la obra, con pasión y una sugerente resignación. Su papel es breve, pero lo moderó muy bien. De los otros intérpretes destacamos al bajo David Lagares, como Abuelo, un personaje creado con solidez, y, especialmente, a Marina Pinchuk, que perfila una Telva, la vieja criada, muy versátil. Muy correcto el asturiano Juan Noval-Moro, en un breve papel con cierto realce al final. Sandra Ferrández hizo una Madre convincente, principalmente en el último acto.

Decíamos: es mucho más difícil un éxito en un estreno que en una obra de repertorio. La Ópera de Oviedo apostó fuerte, pero le salió bien la jugada.

El Comercio, 12 de septiembre de 2022 · Ramón Avello