La zarzuela en el Campoamor: género chico, espectáculo grande

La zarzuela en el Campoamor: género chico, espectáculo grande

«Agua, azucarillos y aguardiente» y «Revoltosa ‘69» brillan en el teatro ovetense


La Fundación Municipal de Cultura recuperaba en esta ocasión una cita musical marcada en rojo para los amantes de la zarzuela, prevista para la temporada pasada pero aplazada a causa de la pandemia: el estreno de la doble función Agua, azucarillos y aguardiente y Revoltosa ‘69, producción propia del Teatro Campoamor que aúna dos de las obras cumbre de nuestro género lírico, ambas estrenadas en el mismo año (1897) en el madrileño teatro Apolo.

Si hay un rasgo que caracteriza al género chico y le da nombre, no es, como se cree comúnmente, la calidad, sino su duración. La gran mayoría de sainetes, revistas o parodias que se aglutinan bajo esta denominación rara vez exceden la hora y cuarto de duración, algo que se traspasó con creces en esta nueva Revoltosa, donde las adiciones textuales han terminado por crear una obra nueva. Entiéndaseme bien, no es La Revoltosa, pero como espectáculo y entretenimiento, es interesante y funciona.

La nueva producción opta por contraponer conceptualmente las dos zarzuelas en términos de pasado y modernidad. El pasado, ejemplificado en una decimonónica Agua, azucarillos y aguardiente con predominio de los tonos blancos y negros, dentro de una escena bastante sobria pero que, sin embargo, funciona muy bien. De entre todos los personajes, sobresalió una soberbia Beatriz Díaz encarnando a Pepa. Bien matizada en cada frase, sabiendo actuar con una madurez y un carácter extraordinarios, pura fuerza escénica haciendo pareja con un Lorenzo muy castizo que casó bien en los diálogos con Vicente. Manuela también aportó un robusto carácter como aguadora, con unas escenas finales muy logradas. Asia y Simona siempre formaron un dúo muy equilibrado, con mucho gracejo, haciendo reír y disfrutar a un Campoamor abarrotado, y descubriendo los planes del señorito Serafín, rol bien desempeñado por Jorge Rodríguez-Norton.

La modernidad vino de la mano de Revoltosa ’69, ambientada en los años sesenta del siglo pasado, una época y una ubicación bien elegida para trasladar la acción, que supuso una explosión de color por el vestuario (potenciado por la iluminación de Eduardo Bravo), en una escena con una corrala muy en la línea de la estética de Sagi, algo particular pero universal, casi como el género chico y su temática.

La interpretación fue, ciertamente, muy coral, destacando Nancy Fabiola en un papel de Mari Pepa que, si bien vocalmente no es demasiado exigente, se le ajusta como anillo al dedo, y Gabriel Bermúdez poniendo voz a un Felipe muy convincente. Ambos se lucieron en el célebre dúo «Por qué de mis ojos», mostrando ella algo de vibrato y carnosidad y él, poderío vocal gracias a la profundidad de su timbre. Una escena muy cuidada y expresiva acentuada por la noche escénica, casi con la única iluminación de un par de farolas y luces de la corrala.

El trabajo actoral de todos los personajes (destacando Cándido y Gorgonia) fue más que notable, con una dicción nada sencilla del texto que supieron solventar sin dificultad. Los tres personajes masculinos y el señor Candelas brillaron en «No hay nadie dentro», muy ajustados en los pasajes rápidos, con texto y monosílabos, mientras que las mujeres, de armas tomar, hicieron las delicias de los asistentes generando situaciones hilarantes a través de sus gestualidades y su carácter, chismorreando y urdiendo un plan para ridiculizar a sus parejas a través de un enternecedor «Chupitos».

El número musical añadido de El puñao de rosas, si bien adecuado por pertenecer al mismo compositor y ajustarse el texto al argumento, hace caer el ritmo escénico de una obra que ya finalizaría bien sin él. Quizá, para ganar coherencia, habría sido mejor reaprovechar, mientras se retiran de escena los personajes, el pasacalle «Vamos andando del bracero agárrate» de Agua, azucarillos y aguardiente, semejante a este «Vamos del brazo a la verbena», realizando un guiño a la doble función.

La orquesta Oviedo Filarmonía evidenció su gran estado de forma con una sonoridad elegante y equilibrada, muy serena y bien ajustados en todo momento: con ligereza en la obra de Chueca y mayor peso y dramatismo en la de Chapí, pero siempre a gran altura, en consonancia con el nivel vocal exhibido en escena. Con unos números musicales bien balanceados y matizados. Miquel Ortega siempre es un valor seguro en la dirección musical de este tipo de obras y, aunque en este caso adoleciera de unos tempos algo lentos en los números finales de Agua, azucarillos y aguardiente, su alta dirección y su saber hacer fueron necesarios para solventar al instante cualquier atisbo de duda.

Los coros son sin duda otro de los grandes atractivos de estas obras. En el «pasillo veraniego» de Ramos Carrión y Chueca, el Coro de la Capilla Polifónica lució un gran nivel, especialmente sus voces femeninas, dejando también escenas de gran plasticidad, redondeadas por el cuerpo de baile y las coreografías diseñadas por Antonio Perea. Bien ensamblados y empastados en «Olé los niños con esbeltez» en La Revoltosa, cantando fuera de escena, pero sin que se resintiera la proyección.

En definitiva, una doble función algo cuestionable pero divertida y entretenida, donde quizá lo más sensato sea desligar ambas obras para que Revoltosa ’69 pueda lucir más como una «nueva» obra completa, y un Agua, azucarillos y aguardiente muy maduro y de mayor solidez. Además, hay que valorar el esfuerzo de mantener los estrenos en una situación tan compleja como la actual con dos funciones que son interesantes y que esperamos puedan tener vida más allá del Campoamor; porque el género es chico pero el espectáculo grande.

La Nueva España, 24 de abril de 2021 · Jonathan Mallada