Un empeño de vida

Un empeño de vida

Éxito de «La dama del alba» en su estreno absoluto en el teatro Campoamor


El arranque de la septuagésima quinta temporada de ópera de Oviedo y el estreno absoluto de La dama del alba de Luis Vázquez del Fresno, con libro del propio compositor inspirado en la obra homónima de Alejandro Casona, es un acontecimiento que refuerza el liderazgo del ciclo ovetense en el contexto nacional. Se trata de una apuesta comprometida con el repertorio contemporáneo, algo que siempre es de agradecer porque el camino fácil es no moverse del tradicional, y más aún en los tiempos convulsos que vivimos, con unas consecuencias derivadas de la pandemia que se van a sentir a medio y largo plazo en múltiples frentes, entre ellos la vuelta de los espectadores a los teatros. Se está viviendo, en este ámbito, una crisis mundial que está haciendo un daño elocuente especialmente en la venta de abonos, el pilar sobre el que asientan los ciclos musicales. De ahí que el valor de este estreno sea doblemente significativo.

La pieza teatral de Casona, estrenada durante su exilio en Buenos Aires en 1944, se convirtió en una de las más representadas del escritor asturiano. Es una obra que mezcla el plano real y el imaginario del mundo rural asturiano con maestría, en una historia en la que las leyendas son un elemento más del devenir cotidiano. No es una trama dura, pese a los hechos terribles que la enmarcan, y transita sobre un lecho poético en el que el poder de la naturaleza, que modela a los protagonistas y su devenir, tiene, asimismo, peso significativo. La muerte y el amor son dos potentes motores dramatúrgicos sobre los que se estructura la acción y, por todo ello, no siempre es fácil conseguir un discurso desde el escenario que tenga la fuerza precisa, sin caer en el amaneramiento.

Vázquez del Fresno decidió escribir también él mismo cargo del libreto, de la adaptación de la obra original, y ha sido esta decisión suya un acierto al haber logrado, y este es uno de los puntos fuertes de la misma, una unidad entre texto y música que potencia y mucho el bloque de conjunto. Como punto débil quizá se le pueda achacar que un mayor esfuerzo de síntesis en la traslación de la obra de prosa a la operística hubiese sido beneficioso.

Siempre ha sido Vázquez del Fresno un compositor plenamente inserto en el lenguaje de tiempo. Hay, en este sentido, magníficas creaciones suyas en obras de diferente formato, tanto camerísticas como para orquesta sinfónica. En ópera, en este gran empeño vital, en el que ha empleado más de una década, no se queda atrás y se rastrean múltiples y fulgurantes entronques con la tradición, con autores como Debussy, Scriabin o Messiaen, como señala acertadamente la catedrática María Encina Cortizo en la guía para la audición de la ópera. Se rastrean algunas «atmósferas» de composiciones líricas del siglo XX que sirven de trasfondo de la misma. Sobre este sustrato, Vázquez del Fresno construye una partitura genuina que plasma con fuerza su personalidad musical y nos deja un título interesante que, en su estreno, logró convencer al público. Especialmente interesante es el rico tratamiento orquestal en una partitura exigente para las voces, tanto en el registro agudo como en el grave, que no siempre se logra exponer con nitidez. La representación fue creciendo según avanzó la velada, y fue especialmente bien recibida por el público la segunda parte con un curioso interludio, de opulenta orquestación, aunque un tanto descontextualizado del lenguaje de la obra.

Un elemento esencial para la magnífica aceptación de La dama del alba ha sido el fabuloso trabajo del director de escena Emilio Sagi. Experimentado en las más diversas lides teatrales y buen conocedor de los resortes dramáticos que pueden atrapar al espectador, se mueve como pez en el agua en ese doble plano de realidad y fantasía, entre el peso de la descarnada realidad cotidiana y el plano imaginario que invade la rutina y hace que adquiera otro color, otro vuelo. Sagi asienta su trabajo sobre una excepcional escenografía de Daniel Bianco, un impecable vestuario de Susana de Dios y un diseño de iluminación riguroso y significativo de Albert Faura. Literalmente la naturaleza envuelve la acción, la acoge, y la convivencia del más allá con el mundo rural nunca es forzada. Cada personaje está construido con su habitual pulcritud y el trabajo de cada elemento, desde el coro hasta el último de los personajes está bien definido y ponderado. Permite al espectador «leer» la obra a la perfección. Nunca recurre al exceso y esa mirada suya un tanto naturalista que, con puntos de partida similares, ya pudimos apreciar en otros trabajos suyos y de otros directores de escena actuales, le viene muy bien a una historia que sabe, además, cerrar con notable veta poética y una estética prerrafaelita que sirve de manera intachable a la obra.

Pero una ópera, y más una de nuestro tiempo, se puede venir a pique si desde el foso no existe una dirección clara, que aporte y haga crecer artísticamente a todos los integrantes del reparto. En este sentido, Rubén Díez fue el maestro ideal. Realizó un trabajo excepcional al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, y concertó con la mayor eficacia equilibrando foso-escena sin altibajos. Atento a todos los detalles, cuidadoso con cada entrada, no dejó un cabo suelto. La orquestación que propone el compositor y su ensamblaje con la voz no son sencillos de resolver y Díez consiguió resultados fabulosos. A sus órdenes también brilló el Coro Intermezzo que tiene un doble rol, enfatizando algunas escenas desde el interno y ya pletórico en el tramo final en el escenario.

Al ser un estreno absoluto se ha diseñado un doble reparto para evitar posibles sobresaltos. En la función del domingo se pudo ver la implicación del elenco en el desarrollo de la obra. Lo mejor vino de la implicación total del mismo y lo primero que hay que resaltar es que, desde el punto de vista dramatúrgico, sus prestaciones fueron notables. En lo vocal ya hubo algún que otro altibajo, si bien, en líneas generales, sin mayores destrozos.

El contratenor Mikel Uskola se volcó en la interpretación de la Peregrina, pero la irregularidad fue la nota predominante en una prestación que fue creciendo y a la que se le puede anotar buen gusto interpretativo, aunque la voz no lograse expresarse con la autoridad y plenitud necesarias que requiere un personaje tan comprometido. Quizá la propia escritura del rol no acabase de encontrar el acomodo adecuado en la realidad vocal del cantante. Un Abuelo de carácter y corporeidad expresiva ofreció David Lagares mientras que Marina Pinchuk cantó una Telva muy en primer plano, intensa, bien planteada. Sandra Ferrández fue una madre impecable, en el canto y en la interpretación, con una veta doliente aportó intención al rol. Beatriz Díaz dio rienda suelta a su frescura interpretativa y vocal como una Adela ideal y Santiago Vidal encarnó un Martín enfurecido y enamorado de gran solvencia. Su dúo del segundo acto fue uno de los momentos de mayor lirismo de la velada. Carmen Solís captó con precisión el arrebato de Angélica, mientras que Juan Noval-Moro fue un verdadero lujo para el papel de Quico. Los tres niños, encabezados por la soprano Ruth González y con Irene Gutiérrez y Gabriel Orrego −ambos de la Escuela de Música Divertimento− propiciaron escenas brillantes y entrañables.

Al término de la sesión, ovaciones para todos los integrantes del elenco y muy especialmente para Emilio Sagi, Rubén Díez y el maestro Luis Vázquez del Fresno, que disfrutó del estreno de una obra que enriquece el patrimonio musical asturiano.

La Nueva España, 13 de septiembre de 2022 · Cosme Marina