11 Sep Quien canta su mal espanta
Beatriz Díaz abrió la velada con Puccini porque es el compositor de su voz, la Musetta con alma de Mimí, «Quando m’en vo» de La bóheme, que sigue poniendo la carne de gallina por gusto, voz, entrega y talento
→ No hay fiesta sin música, y en este atípico San Mateo ovetense la lírica ocupa su hueco en la programación de festejos. Otro lleno esperado siguiendo las limitaciones de aforo y pese a lo difícil que lo tiene buena parte de un público fiel que no puede (o no sabe) acceder a las compras por internet, agotándose las entradas ya el primer día.
Está claro el «hambre de directo» a pesar de las incomodidades que todas las medidas contra el Covid19 suponen (la mascarilla sigue empañando las gafas), y por supuesto la necesidad de retomar tantos conciertos aplazados o suspendidos que para la mayoría de los artistas son su única fuente de ingresos. Seguiremos reivindicando un status especial para ellos dentro de una legislación que como la propia sociedad solo parece querer la música como «acompañamiento» olvidando, que son una fuente de riqueza y sustento de miles de familias, amén de un turismo de calidad que supone aumentar la rica oferta asturiana, y no digamos la llamada música clásica que parece seguir con el sambenito de clasista para unos políticos totalmente alejados de la realidad.
Dos voces femeninas, conocidas, queridas, aclamadas y además de casa, para este segundo lírico mateíno: la soprano allerana Beatriz Díaz, calidad en cada página, y la mezzo ovetense María José Suárez, puro gracejo y escena a raudales, más el piano del langreano Marcos Suárez, no todo lo bien que me hubiera gustado, nos trajeron un programa cuyo título era mucho más que una declaración de intenciones: como dice la letra de «Cielito lindo», Canta y no llores, aunque sería otra en un repertorio apto para todos los públicos, donde una cuidada y difícil selección dejaría pasiones y emociones entre los asistentes, que disfrutaron de principio a fin.
Siguiendo el orden del programa, un primer bloque operístico, que Oviedo entiende y exige, así como una celebración de aniversarios, como el del checo que se celebraba el mismo día de Asturias (8 de septiembre), Asturias como parte imprescindible por festividades y «tierrina» apostando por la lírica asturiana de concierto, y nuestra Zarzuela, que este año nos cortaron de cuajo y en cierto modo había que intentar devolvernos un poco.
Tras la salida a escena y las oportunas presentaciones además de agradecimientos, abría la velada «La Díaz» con Puccini porque es el compositor de su voz, la Musetta con alma de Mimí, «Quando m’en vo» de La bóheme que sigue poniendo la carne de gallina por gusto, voz, entrega y talento.
Primera gran ovación de la noche antes de dar paso a «La Suárez» en el citado aniversario de Dvorak y una de las canciones gitanas (Gypsy songs op. 55 nº 4) que le van bien al registro de la ovetense. Seguiríamos con el checo pero otro cuento, el del danés Hans Christian Andersen llevado a la Rusalka y su canción de la luna (Song of the moon) que el confinamiento hizo el milagro de añadirla al repertorio de la soprano de Boo, cantando en checo una página de emoción llena de color sacando a flote un color de grave homogéneo y grande, ampliando un registro no siempre fácil.
El famoso «Dúo de la Barcarolle» de Les Contes d’Hoffmann (Offenbach) demostró lo bien que empastan estas voces, la complicidad sobre escena que descubrimos hace años y demostraron mantienen en esta preciosidad de la opereta francesa. Y un guiño a la ópera americana, también opereta o si se prefiere Musical, Beatriz Díaz con una visión del versionado infinitamente «Summertime» de Porgy and Bess (Gershwin) capaz de adaptarse a la carnosidad de las voces negras con el necesario «swing» sin olvidarse de su calidad lírica envidiable que encaja como un guante. La réplica cómica del Voltaire llevado a la escena por el gran Bernstein, ese número que bien explicó y cantó María José Suárez «I was easily assimilated» de Candide a quien le hicieron los coros Marcos y Beatriz contagiando el colorido de Broadway.
Todo concierto vocal necesita su «descanso» pianístico, y Marcos Suárez eligió como inicio del recuerdo a los que faltan, el homenaje sentido de un «Agnus Dei» que es el intermezzo de L’arlesiana (Bizet) al piano, difícil siempre reducir el colorido de la orquesta al blanco y negro de las teclas, pero la emoción suplió con creces las deficiencias.
Beatriz Díaz siguió ampliando repertorio, el alemán íntimo y bello de ese canto de difuntos que es el «Allerseelen» de R. Strauss, en la línea de las grandes sopranos a quien el coprotagonismo no siempre bien entendido del piano en el intrincado terreno del lied no la desvió de imprimir el dramatismo contenido y la expresividad que esta partitura atesora. Y recuerdo a Pepa Ojanguren de su amiga María José con esa «vidalita» rioplatense de Ginastera, la «Canción al árbol del olvido» que el piano necesitaría «guitarrear» y jugar con el rubato necesario del folklore argentino llevado a la sala de conciertos.
La parte asturiana estuvo más inspirada al piano con una versión sola del tema popular, que casi cantamos interiormente «Ayer vite en la fonte», perfecto telón que abriría este tercer bloque, el regreso del “Lied asturiano” que ya escuchásemos en Avilés en febrero con el propio Vázquez del Fresno al piano y la misma Beatriz Díaz, un «Xuguete» el caballito de cartón de los Cantarinos pa que suañes, la creación sobre poesía asturiana tan grande como los alemanes y con un piano que requiere el mismo plano que la voz. Una delicia volver a escucharla como el tema elegido por María José Suárez que acompañó el público «sotto voce», el bellísimo «Chalaneru» del zumayano afincado en «La Pola» (de Siero) Ángel Émbil Ecenarro, tan versionado en nuestra tierra que hace feliz escucharlo. Velada donde primó el cantar sobre el llorar.
Durante el confinamiento las redes sociales ayudaron a seguir en contacto con nuestras cantantes, y la allerana llegó a compartir y casi enseñarnos su Luna de miel en El Cairo de la que nos examinó a los presentes con las dos solistas antes de afrontar ya en serio el bellísimo dúo «Niñas que a vender flores» de Los diamantes de la corona (Barbieri) en nueva muestra de perfecto empaste vocal encajado con un piano algo despistado.
La conocida «tarántula», ese «bisho mu malo» es el «Zapateado» de La tempranica (Giménez) que María José Suárez escenificó con esa gracia innata y contagiosa capaz de arrancar sonrisas al más serio. Y seriedad total con una de las romanzas menos escuchadas y más exigentes del gran Moreno Torroba que Beatriz Díaz borda, la «Petenera» de La Marchenera, poderosa, segura y al fin con el piano de ropaje a medida.
Todos conocemos la «Habanera» de Don Gil de Alcalá (Penella), popularmente «Todas las mañanitas» con ese «Canta y no llores» a dúo con tímida pero afinada participación de los presentes, perfecto broche de programa, de entendimiento y variedad, de calidad y calidez que obligó a las protagonistas a regalarnos las esperadas propinas.
Aunque la inimitable «Saritísima» lleve años criando malvas, el cabaret de seducción sigue siendo necesario en tiempos de crisis y ese descaro recatado del «Tápame» fue perfecto, aunque sin espiritoso sobre el piano, pero con el guiño de pajarita y mascarilla a juego de la Mariajo carbayona, fiel a su papel a lo largo de la velada.
Y para cerrar nada mejor que volver a Puccini que parece haber escrito para Beatriz (qué ganas de su próxima Madama Butterfly) otra de sus arias preferidas que cada vez siguen sonando únicas, «O mio babbino caro» de plenitud sin más calificativos.
El público ganado desde el principio se negaba a marchar, olvidando mascarillas e incomodidades pese a llevar más de hora y media, agradecimientos a los políticos locales por su presencia y apoyo, ausencia del primer regidor que como bien diría María José «él se lo pierde», y otra famosa habanera, «La paloma» de Sebastián Iradier (que en el Ravel operístico se dibujaba al final) a dúo de acompañamiento algo descafeinado, antes de despedirse con un fragmento último y coreado: «Canta y no llores». Como dice Cervantes, «La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu».
■ La Música en Siana, 9 de septiembre de 2020 ● Pablo Álvarez