13 Dic Viva Puccini con Beatriz Díaz
La soprano para la que Puccini escribió es la asturiana Beatriz Díaz
→ Llevo años diciendo y escribiendo que la soprano para la que Puccini escribió es la asturiana Beatriz Díaz, y este miércoles junto al tenor Alejandro Roy quedó más que corroborado, ampliando además roles que los años colocan en su sitio exacto, sabia elección de repertorio que nos dará muchas alegrías.
No hubo lleno en el Jovellanos gijonés aunque la gala operística se lo merecía, con un Juan Antonio Álvarez Parejo en el siempre difícil papel de «pianista-orquesta», partituras imposibles de tocar por sus reducciones complejas que solo los años de experiencia logran hacer creíbles desde su magisterio repertorista, como ya demostrase en la última Suor Angelica gallega, una segunda juventud desde la madurez.
Y aunque Puccini sigue siendo tan protagonista como nuestra pareja lírica asturiana, eligieron Verdi y su Otello para abrir boca, exigente, de claroscuros instrumentales para ir descubriendo una Desdémona allerana inédita que empastó a la perfección con «el moro de Gijón» en «Già nella notte». Continuarían cada uno con arias habituales de sus repertorio, «Io son l’umile ancella» (Cilea, Adriana Lecouvreur) para disfrutar de «La Díaz» en estado puro, y «Cielo e mar» (Ponchielli, La Gioconda) con un Roy en su línea habitual de tenor «dramático» por fuerza en la emisión y color vocal, cariñosamente un «auténtico animal».
El maestro Parejo tuvo su protagonismo con un arreglo de John Gribben del famoso «Intermezzo» de Manon Lescaut (Puccini), la belleza de una partitura orquestal igualmente válida al piano cuando se logra el color preciso y bebiendo en las fuentes originales del italiano.
Hasta el merecido descanso el Jovellanos de Gijón sería la Nagasaki de Madama Butterfly (Puccini) con la bomba de Boo y el Pinkerton embaucador, «Un bel di vedremo» que nos pondría la piel de gallina con «Butterfly Díaz» de salón, por cercanía capaz de susurrarnos y explotar emociones desde una voz única con la orquesta en blanco y negro del piano, contestado con «Addio fiorito asil» de Pinkerton Roy, muy sentido y condensando la fuerza del personaje en este aria de apenas minuto y medio antes del amoroso dúo «Bimba dagli occhi» que realmente enamoró al respetable, caracteres vocales bien definidos, la inocente Cio-Cio San y el marino conquistador con amores en cada puerto, en un momento irrepetible de estos asturianos universales.
Si la primera parte rebosó emoción por Puccini, la segunda rompería moldes con pinceladas increíbles en sedas líricas como «Ebben, ne andrò lontana» (Catalani, La Wally) a cargo de «la sopranísima» que emociona de principio a fin en este aria de aire «pucciniano», o el «Vesti la giubba» (Leoncavallo, Pagliacci) de «Canio Roy» cual anillo al dedo de nuestro tenor que está igualmente en un momento perfecto para el verismo desde su Curro Vargas que sólo él puede cantar en estos momentos.
Puccini nos devolvió al paraíso melódico que sólo el de Lucca entendió como nadie, primero la «debutante» Tosca nos cantó a dúo con Mario (quien regaló fuera de programa el «Adiós a la vida») actuando en igualdad de condiciones escénicas y vocales, muchas ganas de poder recrearlo encima de las tablas con orquesta, transformando después a Cavaradossi en el Dick Johnson de La fanciulla del West que la «orquesta Parejo» vistió realmente de vaqueros el aria «Ch’ella mi creda». Su intermedio de esta segunda sería la «Fantasía Brillante» sobre Carmen en arreglo de Wilhelm Kuhe, ópera que los dos asturianos tienen en repertorio pero donde Bizet permitió que Puccini le eclipsase por tierra, mar y aire.
Para el final la Liù allerana con «Tu che di gel» del Turandot, lágrimas musicales que espesan con los años pero vuelan igual de alto en esta cantante que adora a Giacomo, antes de La bohème y el famoso dúo de Mimì y Rodolfo, «O soave fanciulla», el papel que espero ver en vida completo de esta «Musseta con alma de Mimì» que Beatriz Díaz bordó con Alejandro Roy, dos voces asturianas por el mundo y que la «sopranísima» personifica como nadie.
Puccini también regalo de lujo como no podía ser menos, el citado «E lucevan le stelle» (Mario Cavaradossi de Tosca), y «O mio babbino caro» (Lauretta de Gianni Schicchi) que pusiese el Colón bonaerense a los pies de esta grande y el Jovellanos nos la trajo de vuelta a casa junto al tenor gijonés, dúo de artistas astures profetas también en su tierra.
■ La Música en Siana, 13 de diciembre de 2018 • Pablo Álvarez Fernández