La verbena que va por dentro

La verbena que va por dentro

Hay que destacar sobre la escena el enfrentamiento entre las aguadoras, que surge de su propia amistad con una Beatriz Díaz todoterreno, mostrando su flexibilidad de registros como Pepa, y Mayca Teba muy resuelta en el papel de Manuela

 

En estos tiempos inciertos en los que han desaparecido los bailes en las plazas, se echan en falta los reencuentros, el jolgorio, el bailar agarrado y poder compartir alegrías. Son escenas de verbena, donde la fiesta ha avivado por siempre argumentos en la libertad de la celebración. Las verbenas atesoran episodios abiertos, mientras las tramas y los sonidos se renuevan por años en este marco que es patrimonio cultural del país. Estas cuestiones cruzaban la mente del público desde la butaca en el estreno de la nueva producción del XXVIII Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo de Agua, azucarillos y aguardiente y La Revoltosa 69, que se ofreció en el Teatro Campoamor. La verbena es hoy más bien un estado de ánimo, un lugar ficticio donde esta producción reúne a protagonistas del género chico, mientras sonaba en el fin de fiesta «Vamos del brazo a la verbena», de El puñao de rosas de Chapí.

Se trata de un programa doble con sendas obras que perfectamente podrían aparecer separadas en programas con una duración más reducida. Claro que la corrala con que Agua, azucarillos y aguardiente echa el telón reaparece a todo color en La Revoltosa 69, en la cual las escenas costumbristas se trasladan a fines de la década de 1960, en aquel patio con poca privacidad. La chula Mari Pepa es libre de escoger compañero, pero en una sociedad en la que la mujer necesita a su vez mantenerse reservada, cuidando su imagen social. La moral de la España castiza con la conciencia de clases en el mundo femenino pervive en 1969, cuando se sitúa la versión de La Revoltosa 69 que firman Pedro Víllora y Curro Carreres, este último al frente de la dirección de escena. Ya lo decía Carlos Mesa en la piel del Señor Candelas: «Aunque seamos más modernos, las cosas siguen igual»; ante la pervivencia de ciertos valores en el fondo de una contraposición ideológica que sigue latente.

Las tensiones se tratan con ironía ante las cortapisas de la autoridad, un tanto reprimida, en un nuevo libreto con referencias continuas a la apertura cultural y al desarrollo social de fines de los sesenta, sin perder un tono castizo que en ocasiones resulta extraño. Mari Pepa sigue siendo objeto de todos los deseos: coqueta, fuerte, de ideas claras, según dibujó Nancy Fabiola Herrera con su color vocal envolvente y fraseo generoso. Con Felipe, que fue Gabriel Bermúdez, saltaron chispas; mientras el barítono lucía su fuerza vocal en encuentros de pasión poco disimulada, y no sin momentos para la dulzura («Mírame así»). Antes cabe destacar en la interpretación las guajiras «Cuando clava mi moreno», mientras se urde la trama. En ella fueron imprescindibles los galanes comprometidos, que se encuentran de manera fortuita mientras esperan por su Mari Pepa. Enrique R. del Portal como Cándido, con su vis cómica, y el más entendido en cine, Tiberio, que interpretó Sandro Cordero, destacaron en la parte dramática, junto a su amigo Atenodoro, que encarnó Darío Gallego. Las mujeres no se quedaron a la zaga, con Begoña Álvarez (Encarna), Mayca Teba (Soledad) y María José Suárez (Gorgonia).

La producción de Agua, azucarillos y aguardiente resultó más sencilla y acorde con el original; un tanto desaborida teniendo en cuenta la cantidad de texto, pero eficaz gracias a la interpretación del elenco. El libreto introduce destellos que anuncian el nuevo siglo en un Paseo de Recoletos lleno de vida. Allí se encuentran otros tipos femeninos con historias que se entrecruzan en los negocios de un Don Aquilino con personalidad propia, que fue Roca Suárez. Hay que destacar sobre la escena el enfrentamiento entre las aguadoras, que surge de su propia amistad con una Beatriz Díaz todoterreno, mostrando su flexibilidad de registros como Pepa, y Mayca Teba muy resuelta en el papel de Manuela. Asimismo, destacó María José Suárez aquí como Doña Simona, mientras buscaba solución a las penurias del bolsillo con su hija Atanasia, un alma cándida e inspirada que encarnó de manera firme Sagrario Salamanca. En este caso no se quedaron atrás en lo dramático sus parejas, Darío Gallego y en especial Enrique Dueñas, un resuelto y vital Lorenzo.

En Agua, azucarillos y aguardiente brillaron los coros con la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, el vals en los números musicales y el final. Ello tras resolver el argumento con la referencia a Los Tres Ratas de La Gran Vía, que tienen como víctima a Serafín, el seductor Jorge Rodríguez-Norton a la vez pretendiente de «Asia». El tenor mostró su impulso vocal en el vals, destacado en la escena con una coreografía entre abanicos; si bien antes sobresalió el «Coro de barquilleras» con un toque de revista, augurio del transcurrir del siglo XX que se aceleró en los teatros y evolucionó en otros medios de entretenimiento, como tratará después el texto de La Revoltosa 69. La orquesta Oviedo Filarmonía, con la batuta de Miquel Ortega, mantuvo el nivel en las partes musicales, mimando las voces en la evolución de estas páginas, imprescindibles, de la zarzuela.

Ópera Actual, 27 de abril de 2021 · Diana Díaz