Siempre nos quedará «La del manojo de rosas»

Siempre nos quedará «La del manojo de rosas»

Beatriz Díaz puso voz a una Clarita muy coqueta, con una emisión muy limpia, en unos dúos de gran plasticidad, bien arropados por la coreografía y la iluminación


La del manojo de rosas
uno de los títulos más emblemáticos de la zarzuela y también de los más representados en Oviedo, regresaba al Campoamor en la producción de la Fundación Municipal de Cultura como el tercer título del XXVIII Festival de teatro lírico español. Su popularidad y el cartel de localidades agotadas desde hace semanas ponen de nuevo sobre la mesa el debate sobre ampliar el número de funciones, más aún en estos tiempos pandémicos en los que las restricciones de aforo lastran la asistencia del público ovetense que ha demostrado su fidelidad hacia un género que siente como pocos.

En esta ocasión, la escena ideada por Emilio Sagi, el primer título que diseñó como director de escena en España, encaja a las mil maravillas con lo que se espera de un sainete lírico, pintando sobre el escenario una instantánea que retrata la sociedad de 1934 con exquisito mimo y buen gusto. Algo tan «simple» y que sin embargo funciona tan bien como las fachadas de una calle donde se aprecian el taller, el café y la floristería de La del manojo de rosas. Todo ello unido a los ricos y coloristas vestuarios de la recientemente desaparecida Pepa Ojanguren y a las coreografías de Nuria Castejón, conforman la belleza de la zarzuela en su máximo esplendor, uniéndose al texto de Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño, y a la música de Pablo Sorozábal, generando una simbiosis de modernidad y frescura que impregna cada uno de los cuadros de esta zarzuela.

Pero si bien los resultados artísticos en el plano escénico son incuestionables, en el aspecto musical, fluctuaron entre la primera y la segunda parte. La soprano valenciana Carmen Romeu mostró alguna dificultad en los cambios de registro de pecho y cabeza, con demasiado vibrato en algunos momentos, pero con unos pianos bastante cuidados. Por su parte, Alfredo Daza evidenció al principio una voz demasiado impostada, algo forzada, con la finalidad de ganar mayor profundidad, desluciendo algunos ornamentos no demasiado bien resueltos en el grave. Juntos, se mostraron algo fríos al inicio de la obra, como se apreció en el pasodoble «Hace tiempo que vengo al taller». El tercero en discordia en el triángulo amoroso protagonista, el tenor asturiano Juan Noval-Moro, estuvo muy firme durante toda la función, luciendo un timbre cristalino y muy natural, sin resentir proyección ni afinación.

El contrapunto cómico al dúo protagonista, estuvo algo más estable a lo largo de la velada musical. Capó se lució en algunos momentos como en la farruca «Chinochilla de mi charniqué», mientras que Beatriz Díaz puso voz a una Clarita muy coqueta, con una emisión muy limpia, en unos dúos de gran plasticidad, bien arropados por la coreografía y la iluminación. En cuanto a Espasa, es un papel muy concreto y complicado en el que Ángel Ruiz se lució con una perfecta caracterización del parlanchín personaje, con una gracia y unos movimientos bien pensados y generando unos diálogos y situaciones hilarantes. Muy bien como secundarios Milagros Martín, Enrique Baquerizo y Fernando Marrot en sus roles respectivos.

La orquesta Oviedo Filarmonía enfrentó una partitura muy compleja, llena de carácter y lirismo, pero con una modernidad que se evidencia en la variedad y riqueza de los ritmos de 1934, conformando esta obra como una página poliédrica y con profusión en los matices. Con Óliver Díaz a la batuta, evidenciaron equilibrio y estuvieron bien balanceados, destacando la sensibilidad con que afrontaron el preludio del segundo acto y los números finales de la zarzuela. En cuanto al coro masculino de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo estuvo bien empastado, con presencia, levemente desacompasado de la orquesta al final del primer acto, pero con un buen volumen, a pesar de su reducción y del uso de las mascarillas.

Tras la pausa, llegó una interpretación mucho más entonada por parte de los protagonistas. La romanza de Joaquín «Madrileña bonita» mostró su gran proyección y la potencia de su voz. Además, el barítono realizó un fraseo aseado y cantó desplegando un gran lirismo, algo que mantuvo en el dúo siguiente −«¿Qué esto está muy bajo?»− con Ascensión, ya con mayor «feeling» entre ambos, en una escena muy hermosa gracias al tempo de habanera, al volumen cuidado, donde matizaron bien cada frase, todo ello acentuado por el color, la noche y la lluvia escénica, transformando a Daza y Romeu en unos improvisados Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, rememorando la escena más célebre de Casablanca.

En definitiva, una producción de bella factura escénica que encaja a la perfección con lo que buscan la propia zarzuela y el público, un elenco de nivel que no rindió mal en la velada, claramente de menos a más, con una OFIL y coro de la «Capilla Polifónica» que, a pesar de algún desajuste puntual, supieron enfrentar con garantías la música de Sorozábal bajo la dirección del ovetense Óliver Díaz, muy familiarizado con este repertorio. Todo ello conforma la imagen final de una buena zarzuela que nos recuerda con nostalgia los tiempos pretéritos y nos deja un regusto esperanzador al pensar que «siempre nos quedará La del manojo de rosas».

La Nueva España, 22 de mayo de 2021 · Jonathan Mallada