13 Feb Asturias en tierra extraña
El Campoamor se divirtió con el estreno de «The land of joy», de Quinito Valverde, que preludia el 29 Festival de Teatro Lírico de Oviedo
⇒ The land of joy, la tierra de la alegría, es una zarzuela ligera de Quinito Valverde, el famoso compositor de la canción «Clavelitos», con libreto de Eulogio Velasco, José Elizondo y Ruth Boyd Ober. Estrenada en Nueva York en 1917, esta revista o zarzuela angloespañola entresaca los estereotipos españoles, en unos años en los que la música patria más pintoresca -«Amapola», «Clavelitos»-, pasodobles y flamenco desembarcan en la ciudad de los rascacielos. Desde el casticismo goyesco de Granados, al tremendismo fatalista andaluz de Penella, con la representación de El Gato Montés, estrenada dos años después de The land of joy. Redescubierta y recuperada por la musicóloga de la Universidad de Oviedo Miriam Perandones, ayer se representó en el Campoamor, como preludio al Festival de Teatro Lírico de Oviedo. Desconocemos el libreto original. Se percibe en la adaptación y actualización muy libre, de Susana Gómez, una relectura de estos tópicos que se representaban en la obra.
El argumento gira en torno a una agencia de publicidad, presumiblemente en los años sesenta, que trata de promocionar España en Nueva York. A este hilo argumental muy tenue se le van sumando los veinte números musicales de la representación. La escenógrafa Bárbara Lluch recrea una escena esquemática, sencilla, económica al máximo, enriquecida con proyecciones en el fondo del escenario que hacen referencia a comidas típicas, escenas andaluzas, playa, sangría… lo característico del llamado typical spanish. Tiene mérito, porque es una concepción escénica realizada en muy poco tiempo y prácticamente improvisada. Y, sin embargo, resulta.
Fácil y agradable
La música original de La tierra de la alegría de Quinito Valverde tiene 31 números. Conservando el estilo, la alegría vital, la inspiración y cierto estilo de pastiche, con temas de un lado y de otro, el compositor y pianista Borja Mariño, maestro repetidor de la Ópera de Oviedo, adapta y reduce los números a veinte, diez por acto. José Miguel Pérez-Sierra, al frente de Oviedo Filarmonía, realiza una versión musical correcta y efectiva. Música fácil, agradable, en la que se entremezcla el foxtrot y el charleston, con cierto predominio de la música andaluza y seguidillas manchegas y chotis a los que pasajeramente se unen cuplés de los años veinte.
Las voces femeninas de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, muy renovada y bajo la nueva dirección de San Emeterio, tienen una presencia constante en la obra. Voces bien afinadas y con buen empaste entre sopranos y contraltos. Ayer fue el debut de San Emeterio en el festival de zarzuela.
En cuanto a los cantantes, The land of joy es lo que se suele denominar una obra coral, con varios protagonistas y un maestro de ceremonias, que es el actor y cantante Alberto Frías como Alberto Albert, con una acusada vis cómica. Es un hombre de teatro completo, que canta, baila y declama. Beatriz Díaz interpreta a una cantante y actriz española, en un papel cómico, vocalmente bien defendido y, a veces, como por ejemplo en «La maja de Goya», con una tesitura excesivamente aguda, por otra parte bien salvada por la cantante asturiana. La mezzo Marina Pardo, interpreta a Lola Rubio con una voz a veces un tanto ahogada. No tuvo su día, especialmente en volumen y en la tesitura aguda. David Menéndez está muy bien dotado para la comedia americana. Interpreta el papel de un supuesto famoso actor, que viene a España a rodar un anuncio. Su versión de «Clavelitos» (el que bordaba Luis Mariano) fue correcta, un poco forzada en el grave, pero con buena presencia escénica y buena voz. Rodrigo Cuevas, el artista invitado al final de la función, hace de sí mismo. Vestido de gitana, toca las castañuelas como Lucero Tena, canta el cuplé «Serafina» con gracia y levanta la función cuando empieza a decaer.
Montar esta obra para una sola representación y con la rapidez con la que se hizo ha sido un esfuerzo. The land of joy no es una obra de gran valor musical. Es un batiburrillo que a veces tiene gracia.
■ El Comercio, 13 de febrero de 2022 · Ramón Avello