Final apoteósico de una buena ópera

Final apoteósico de una buena ópera

El dúo de amor de Adela y Martín, la dramática aria de Ángélica o el portentoso desenlace, son páginas memorables de esta ópera


Luis Vázquez del Fresno
debe estar orgulloso y satisfecho del estreno mundial, el domingo en el Campoamor de La dama del alba, con la que la Ópera de Oviedo abrió su 75 temporada. Es incuestionable su oficio de compositor y esmerado libretista muy apegado al texto de Casona, el buen gusto de Emilio Sagi, que creó una escena llena de sugerencias paisajísticas y telúricas, la atinada dirección de Rubén Díez al frente de la OSPA y la entrega de sus intérpretes. La primera función fue muy aplaudida, cosa no frecuente en los estrenos, especialmente por la mitad del segundo y tercer acto, los más atractivos de la obra.

En el teatro y por supuesto, en la ópera es fundamental el ritmo interno, que se traslada del escenario al espectador. En el primer acto y la mitad del segundo, justo hasta la llegada del descanso, ese ritmo era algo cansino, con momentos demasiado estáticos y hieráticos. Me recordaba a la ópera Otra vuelta de tuerca, de Britten, en la que los personajes parecen habitar entre la vida y la muerte. En la segunda parte, que coincide con el final del segundo acto y el tercero, el ritmo escénico y musical se humaniza y cobra fuerza, acercándose como en zigzag al clímax final. Esa dramatización musical en progreso confiere una tensión enriquecedora del drama.

Musicalmente también hay diferencias entre las dos partes. En la primera, todo descansa en un recitativo declamatorio en las líneas vocales, tan usado en la ópera contemporánea, aunque en el caso de Vázquez del Fresno se puede también asociar con el Falla del Retablo de Maese Pedro. Esta declamación acentuada tiene en algunos casos intensidad dramática, como en el aria de Telva, pero al ser un recurso tan reiterativo, a veces cae en una vaga monotonía. La orquesta reinterpreta el texto del recitativo con una variedad de fondos musicales, muchas veces rítmicamente descriptivos, en la que se combinan breves motivos recurrentes, quizás demasiados. Todo ello envuelto en una atmósfera sonora en la que se superponen timbres orquestales y algunas veces sonidos pregrabados. No llega a ser, como dijo Barbón sobre las primarias en Gijón «un barullu», pero hay demasiados.

La segunda parte, aunque sigue predominando la declamación vocal, es más rica y contrastante. El intermedio o entreacto sinfónico inicial, totalmente tonal y muy bien construido, evoca a aquella orquesta del Pasapoga que dirigía a finales de los años cuarenta Jaime Camino y actuaba como pianista «Frangar», Francisco García, compositor asturiano y uno de los introductores del jazz. Fue muy aplaudido. El romance de Adela y los niños, de una encantadora modalidad, las contundentes intervenciones corales, con cierto poso de asturianía, el dúo de amor de Adela y Martín, la dramática aria de Ángélica o el portentoso final, son páginas memorables de esta ópera. Respecto a los intérpretes, la idea de que la Peregrina la encarnase un contratenor es excelente. Mikel Uskola algo parsimonioso en este papel de la muerte, mejoró en el acto final y en las escenas con los niños en el primer acto. David Lagares fue un abuelo de gran presencia dramática y vocal. Marina Pinchuk, como Telva, excelente en su aria del primer acto. Beatriz Díaz, encantadora y luminosa en el papel de Adela. Santiago Vidal, correcto. Carmen Solís transmitió el fondo trágico encaminado a la resignación del personaje de Angélica. Sandra Ferrández, abordó el papel de Madre con fuerza dramática y Juan Noval-Moro, bien metido en su papel de mozo labriego. El Coro Divertimento, sobresalió en el tercer acto, en el que se hizo visible. Finalmente, las niñas Ruth González, Rita García y Carla Gutiérrez fueron un soplo de naturalidad y gracia que puso el toque popular e infantil a la ópera.

El Comercio, 13 de septiembre de 2022 · Ramón Avello