22 Mar «Hay que quitarse el miedo a ir a los teatros. Tenemos que volver a vivir»
La próxima semana será la protagonista musical en Asturias, con dos actuaciones en el Jovellanos y una en el Auditorio de Oviedo
→ Ensayó en Gijón un par de horas con el maestro Luis Vázquez del Fresno y dejó a su pequeño Luca, de cuatro años, al cargo de su padre para asistir a su cita con EL COMERCIO. Siempre sonriente, y con ese acento de la Cuenca que no trata de ocultar, Beatriz Díaz (Boo, Aller, 1981) se siente una afortunada, «visto lo que está pasando tanta gente». No en vano, esta semana que llega tendrá tres conciertos en tres días, a saber: el miércoles, con la Sociedad Filarmónica de Gijón (Teatro Jovellanos, 19.30); el jueves, con la OSPA en ese mismo escenario, en el Concierto Extraordinario de Semana Santa (19.30 horas), y el viernes, de nuevo con la OSPA, en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo.
-Una semana que empieza con un concierto muy especial en Gijón, Cantarinos pa que suañes. ¿Cómo lo afronta?
-Muy agradecida, porque fue de los que se suspendió por el confinamiento, pero en la Filarmónica mantuvieron su compromiso y lo podemos llevar ahora a cabo. A raíz de ser madre, empecé a investigar esas nanas asturianas que conocía, a ver de dónde venían. Vázquez del Fresno me pasó las partituras, 13 canciones que viajan de la tonada asturiana a una parte más lírica. Son nanas o canciones que hablan de la infancia. Nos apeteció recuperarlas y darles vida. Tienen una riqueza armónica maravillosa.
-Además, con un compositor como Vázquez del Fresno al piano. Todo un lujo.
-Es importante mostrar que en Asturias tenemos compositores vivos que siguen creando, que siguen haciendo girar la rueda de la música asturiana.
-2020 lo cerró con ovación en el Campoamor por su Madama Butterfly. ¿Aún se emociona?
-Es una noche que mantendré para siempre en mi memoria. Fue la única oportunidad de subir a un escenario en todo el año, y además con un papel que adoro. Quizás por eso mi implicación fue total, me dejé la piel, el alma. No sé si fue una alineación de los astros, pero todo salió perfecto.
-Son ya cerca de 20 años como profesional. ¿En qué ha cambiado Beatriz Díaz?
-Debuté el 11 noviembre de 2002 en el Campoamor con Caterina, la criada de L’amico Fritz, y lo hice con una despreocupación tremenda. Para mí era todavía un divertimento, no mi modo de vida. Todo me sorprendía: la dinámica interna del teatro, el maquillaje, el vestuario… El proceso de creación me pareció mágico, cómo va naciendo el proyecto hasta que se alza el telón. Ahora el factor sorpresa ya no está tan presente, porque viví muchas cosas en este tiempo, pero siempre queda algo de esa ilusión. Eso sí: ahora es mi modo de vida, es una forma de vivir.
-Además de ovaciones, también habrá momentos malos…
-Esta profesión conlleva mucho sacrificio, no son solo éxitos y aplausos. Hay una cara «b» que el intérprete padece. Los cantantes somos muchas veces el parapeto, hay una jerarquía en esto de la ópera y somos la categoría más baja. Creo que a raíz del confinamiento y el cierre de teatros se creó un sindicato, pero en general los artistas tenemos muy poco respaldo social y profesional. Falta mucho por hacer.
-Un ejemplo es que si no se canta, no se cobra.
-Salvo excepciones no lo hacemos hasta que se acaba la producción, y cobras por función hecha. Lo tienes que adelantar todo: la estancia, la manutención… En algunos sitios te pagan el hotel y poco más. En otros, pocos, te pagan algo por ensayo. Tú haces una inversión y cobras tu caché, pero, si la función no se puede hacer, no cobras, aunque hayas estando ensayando un mes.
-Por eso fue tan importante para mucha gente que la Ópera de Oviedo mantuviese todas sus funciones en 2020.
-Fue una proeza. Lo que hicieron aquí, alternando funciones diferentes, se solventó con nota. Fueron muy valientes. Lo más cómodo era aplazar y no hacer nada, pero ellos se arriesgaron y ayudaron a mucha gente a poder subirse al escenario. Muchos de los proyectos de este año, como es el caso del miércoles, son cosas que se aplazaron. Aun así, es muy de agradecer que las mantengan.
-¿Está de acuerdo en que la cultura es segura?
-Asistir de público es de bastante a muy seguro. Brotes que se hayan localizado en un teatro, que yo sepa, no hay ninguno. Se hace todo con mucha seguridad. Hay que ir poco a poco quitándose el miedo a ir a los teatros, ir a ver espectáculos, porque encerrarse en casa y no hacer nada tampoco es bueno, necesitamos vivir.
-¿Le afectó mucho la pandemia en lo personal?
-Yo creo que no. Estoy intentando quedarme con lo bueno que haya. Al principio me cabreaba más, pero después de un año ya entendí que no sirve para nada. Hay que seguir viviendo en esta realidad, no podemos más que ser responsables en la actitud personal, a la hora de compartir el mundo con los demás. Si todos lo hacemos bien, saldremos adelante, y saldremos mejores. Eso sí: es la primera vez en mi vida que paso un año sin viajar, sin aviones, sin espectáculos… Eso me permitió, sin embargo, disfrutar de mi hijo, Luca, de cuatro años, pasar tiempo con él. Tener un crío pequeño en casa influye a la hora de relativizar las cosas. Ellos tienen el alma más blanca, no están tan saturados: ven la vida y disfrutan de ella. Son ellos los que te sacan de ese estado de cabreo en el que parecemos estar todos.
-Un cabreo entendible, en muchas ocasiones.
-Por supuesto. Hay gente que no tiene trabajo, que está muy enfadada… te ves en un túnel muy oscuro y es normal que estés así. Por eso yo soy una privilegiada. Tres conciertos esta semana.
-Y dos zarzuelas muy pronto, también en Oviedo.
-Voy a hacer Agua, azucarillos y aguardiente y La del manojo de rosas. Es una ventaja poder actuar aquí. Desde Asturias a Alemania, donde tenía otro proyecto, no hay forma de volar. He tenido que aparcarlo. Y además mirar las condiciones, las PCR, las cuarentenas… Es un lío. Y me temo que esto no va a acabar tan rápido como pensábamos en 2020. Llegó 2021, pero el bicho sigue con nosotros.
-¿Cree que los políticos lo han hecho bien?
-Hay un poco de caos. En un sitio se hace una cosa, en otro no. Los aforos cambian, no hay un criterio común. Yo creo que eso pasa factura. No me quiero meter en política, pero creo que las ayudas directas a los que se vieron obligados a parar hubiesen sido más útiles para la gente. En otros países se les da el 70% de la renta anual que declaraban, en el caso de cierre obligado, por ejemplo. Aun así, esto es como si viviésemos en una película de ciencia ficción. ¿Quién se lo iba a poder creer? Hay que empezar a dar un poco de luz, leer noticias que hablen de que seguimos adelante, hacia la normalidad. Si no, no hay cabeza que lo aguante.
■ El Comercio, 21 de marzo de 2021 ● Miguel Rojo