«La del manojo de rosas» del Teatro de la Zarzuela, protagonizada por Beatriz Díaz

«La del manojo de rosas» del Teatro de la Zarzuela, protagonizada por Beatriz Díaz

Cuando Díaz cantó la bellísima romanza «No corté más que una rosa», fue un modelo de calidad vocal, de buen gusto interpretativo. He escuchado muchas veces esta hermosa romanza y considero que la versión de la soprano asturiana fue una de las más afortunadas que recuerdo.


Hace 34 años Emilio Sagi concibió una producción de La del manojo de rosas sobradamente actualizada sin que perdiera su esencia, su encanto original. Fue muy respetuoso con el texto -del que eliminó algunos pasajes- y sobre todo quiso reencontrarse con el Madrid anterior a la Guerra Civil, con el Madrid de la República. Quiso encontrar, porque existía, un Madrid popular, auténtico; un Madrid con una personalidad propia. Y para ello se encontraba con el buen trabajo que hicieran en su tiempo los libretistas Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño, trabajo que se completaba con la hermosa partitura donde se daban la mano el casticismo y el lirismo y que tenía como afortunado autor al maestro vasco Pablo Sorozábal.  A lo largo de los 90 años de historia de La del manojo de rosas se han hecho muchas producciones de muy diferentes estilos y siguiendo distintos criterios estéticos. Pero la de Emilio Sagi ha entrado de lleno, y con todo derecho, en el olimpo de las grandes. Y son treinta y cuatro años los que garantizan esta calidad. Y son muchos, muchísimos los teatros que han sido testigos afortunados de esta versión que hace más actual, casi más eterna, la obra que tanto gustaba a su autor, Sorozábal, y que siempre ha contado con la respuesta entusiasta del público.
La del manojo de rosas fue calificada por sus autores como sainete lírico en dos actos. Ello parece conllevar inevitablemente, un cuadro de los personajes y de las situaciones pintorescas del Madrid popular y enlaza con aquellos éxitos, algunos muy efímeros, que tenían como escenario el mítico Teatro Apolo. Más que enlazar con aquellos personajes y aquellas situaciones, este denominado sainete lírico tiene una cierta fuente de inspiración en aquellos personajes, aquellos chulos y chulaponas que caían con frecuencia en el tópico y en lo manido pero que, en parte, respondían a un prototipo de las clases populares madrileñas, aunque se cayera, insisto, en el tópico. Sin embargo, aquí me atrevería a decir que hay un cuadro fresco y fragante, una pintura real de esas clases populares, encarnadas en un camarero, unos mecánicos, una vendedora de flores. Y enfrente unas clases más pudientes representadas por el aviador y por el estudiante de ingeniería que se hace pasar por mecánico para conquistar a la florista. Todo esto va a dar origen a algunos diálogos que pueden ser chispeantes, que tienen una considerable vena popular. Hay quien ve una muestra de la emancipación de la mujer, de desterrar por fin una imagen decimonónica de mujer supeditada al varón, frente a las que tienen la suficiente personalidad para decidir por sí mismas.
Todo esto cobra fuerza, cobra autenticidad gracias a una partitura con hallazgos muy meritorios, una obra musical que juega con distintos aspectos para ir trazando un retrato muy vivo, muy intenso, del Madrid de los años 30 con los importantes cambios sociales que se estaban dando. Una partitura que dibuja unos tipos de gran personalidad. Una mujer independiente, segura, fuerte pero que también exhibe una considerable fragilidad. Un joven que quiere de verdad a una chica pero que no es capaz de abordarla con sinceridad y recurre al subterfugio de un trabajo en un taller.  La obra tiene como antecedentes algunos momentos cumbres del llamado género chico, con especial referencia a La Revoltosa de la que se engarzan algunos compases. Pero sobre todo el compositor traza con mano maestra un retrato musical muy vivo de la época. Por ello está el famoso dúo inicial, donde el pasodoble tiene un protagonismo.  Una deliciosa habanera, llena de gran belleza aparece en el segundo acto donde el amor está teñido de nostalgia, de cierta tristeza, de fracaso incluso. Hay concesiones a los ritmos importados y que hicieron furor en la época. Incluso, una referencia a siglos pasados con unos breves compases que constituyen unas «tiranas», lo que enlaza con el cariz popular de las tonadilleras dieciochescas. Existe una magnífica dualidad musical. De un lado lo castizo, la música llena de garbo, la música de tronío. Lo vemos en el dúo pasodoble. Lo vemos en el dúo entre los dos galanes que se resuelve en un airoso chotis, un tanto retrechero. Lo vemos en la graciosa farruca que viene a ser como la réplica racial al anterior dúo de Clarita y Capó que es un foxtrot. Y, sobre todo, la hermosísima habanera, el dúo habanera donde los dos protagonistas evocan los tiempos felices en los que el amor triunfaba. Y sobre todo cuando la habanera se hace más lírica, más intensamente intimista, ellos recitan sobre el hermoso tema melódico. Así que hay que reconocer, una vez más, la indiscutible maestría de Sorozábal, que sabe jugar con las emociones, que sabe ofrecer momentos distendidos, amables, humorísticos, frente a otros donde lo que está en juego son los sentimientos. Me atrevería a decir que ni falta ni sobra una sola nota en esta buena zarzuela que se sitúa muy por encima de muchas otras que juegan entre la opereta y la revista. Aquí el autor demuestra sobradamente su calidad, su seria formación musical, las enseñanzas que fueron su guía en Alemania, su buen tratamiento de la orquesta, su excelente cuidado en lo que a las voces se refiere. Enlaza, engarza distintos momentos y sigue con absoluta lógica el desarrollo de un argumento que es muy realista, muy de que pueda pasar sin renunciar a la majeza de los aires populares que definieron- o al menos lo intentaron- la vida musical de buena parte de Madrid.
Si hemos comentado elogiosamente la dirección escénica de Emilio Sagi, consideramos que tenemos que recibir con verdadero entusiasmo a la directora mexicana Alondra de la Parra, que ha tenido un gran protagonismo pues ha sabido ahondar en el espíritu musical que anima al compositor. No, no ha sido una lectura rutinaria de la partitura. Antes, al contrario, se advierte que la ha analizado, que la ha comprendido, que ha sabido encontrar hasta los más intensos pensamientos, hasta la más íntima de las convicciones musicales del maestro autor de esta lozana partitura. Alondra de la Parra ha sabido conducir con seguro pulso, con indudable maestría, tanto a la orquesta como a los cantantes. Ha sido respetuosa con éstos últimos, pero en ningún momento ha renunciado a obtener lo mejor, lo más cálido, lo más intenso del gran instrumento orquestal. He escrito antes que ha dirigido con firme pulso. Ha sabido ser lírica, delicada, deliciosamente intensa en los momentos más hermosos de la obra. En el dúo habanera ha estado, a mi entender, excepcional, sabiendo sacar el máximo partido de tan hermosa página. Ha sido vibrante, castiza, en muchos momentos y ha sido delicadamente lírica, delicadamente apasionada en muchos otros. Bajo su dirección la orquesta ha sonado francamente bien y ha respondido sin vacilaciones al buen quehacer de su directora. Bienvenida esta buena música que nos hará pasar ratos inolvidables paladeando las mejores partituras. Enhorabuena.
Y los cantantes. Tengo que reconocer que me ha gustado mucho, muchísimo, el trabajo que ha llevado a cabo Beatriz Díaz. Ha sabido adornar a su personaje con todas las gracias de que las dota el compositor. Voz cercana a la soprano ligera, con un precioso y musical registro agudo y con un timbre medio que cautiva. Siendo totalmente sincero me parece que en el dúo-pasodoble no estuvo a la altura que se podía esperar. ¿Lo cantó mal? No, ni mucho menos, pero a mí me dio la impresión de que le faltó esa fuerza, incluso ese vigor sonoro que la obra requiere. Quedó, es opinión personal, un poco desdibujado, sin ese intenso encanto que tiene y que nos hace recordar, en parte, a la Mari Pepa, de Chapí, dicho esto sin menoscabo del personaje de Ascensión que tan bien supo dibujar el compositor vasco. Pero cuando Beatriz Díaz cantó la bellísima romanza «No corté más que una rosa», fue un modelo de calidad vocal, de buen gusto interpretativo. He escuchado muchas veces esta hermosa romanza y considero que la versión de la soprano asturiana fue una de las más afortunadas que recuerdo. Vuelvo a insistir, cantó con un gusto extraordinario, con una gran delicadeza, haciendo vivir al espectador todo el drama que el texto reclama: dolor, tristeza, amargura, rabia, ira ante lo que considera una burla. Cantó formidablemente bien consiguiendo los mejores logros con voz muy bella, con unos agudos limpios, brillantes y plenos de musicalidad. Con una voz media que supo ofrecer aterciopelada, con una dicción muy afortunada. Y en todo el resto de la obra volvió a brillar siempre. En el dúo habanera cantó admirablemente, transmitió todo el mensaje de melancolía, de añoranzas de tiempos pasados, de un amor que seguía estando allí latente, dolorido pero casi triunfante. Fue la suya una actuación digna de todo aplauso y las ovaciones y los «brava» del final fueron justo premio a una labor interpretativa de verdadera altura.
El barítono David Menéndez tuvo momentos afortunados y otros menos convincentes.  Posee una voz media de barítono lírico muy interesante. Y sabe utilizarla bien. Lo menos logrado está en el registro agudo donde la voz se abre un poco y no alcanza esa redondez deseable. Actúa bien y canta con gusto salvo ese defecto que considero puede corregirse. En el dúo inicial cantó con brío aunque los agudos no fueron todo lo perfectos que sería de desear. En el dúo habanera rayó a buena altura. Ya digo que canta con gusto y como el timbre es bonito supo dotar su labor de esa especie de ensoñación que texto y música requieren. Fue un buen momento el suyo y también puede considerarse meritoria su labor en la romanza «Madrileña bonita», sobre todo en los momentos en los que la voz se desenvuelve por el registro medio donde hay seguridad y buen hacer. En la escena final, la verdadera reconciliación de los dos enamorados, cantó con gusto y con calidez y ambos -soprano y barítono- estuvieron a un buen nivel.
En su corto papel el tenor Gerardo López estuvo francamente bien. Tiene una voz bonita, con agudos muy interesantes y sabe actuar aunque el papel que los libretistas le asignan sea un tanto desairado. Tuvo mucha gracia y cantó con gallardía el dúo chotis «Quien es usted» y toda su actuación fue meritoria. En cuanto al tenor actor Joselu López, bien puede decirse que bordó su actuación, dando vida a un gracioso Capó, cantando bien y demostrando una indiscutible calidad como actor. La encantadora Rocío Faus es una joven y muy interesante soprano, con dotes de actriz, con una gracia y un desparpajo que tan bien cuadran al personaje de Clarita. Tiene una voz bonita, dulce; y canta con mucho gusto. Sus dos dúos fueron muy interesantes teniendo la adecuada réplica del aludido Capó.
El resto del elenco cumplió con solvencia su cometido. Angel Ruiz fue un gracioso Espasa, Enrique Baquerizo un convincente Don Daniel. Como siempre Milagros Martín muy buena doña Mariana, aunque el papel no sea demasiado brillante, pero ella sabe dotarlo de gracia y de categoría interpretativa. Abel Vitón, Angel Burgos, Joseba Pineda, Francisco José Pardo, Ricardo Rubio, Alberto Ríos, Alberto Camón, Francisco Díaz, Román Fernández Cañadas y Francisco José Rivero, cumplieron adecuadamente.
Muy bien los bailarines figurantes. Interesante la escenografía de Gerardo Trotti. Adecuado vestuario de Pepa Ojanguren Muy bonita coreografía de Goyo Montero, con la reposición coreográfica de Nuria Castejón. En definitiva, una bonita reposición que en este segundo reparto nos hizo saborear la encantadora obra del maestro Sorozábal. Y el recuerdo emocionado a la figura del maestro Gómez Martínez desaparecido el pasado verano.
Ópera World, 28 de noviembre de 2024 · José Antonio Lacárcel