La zarzuela «is different»

La zarzuela «is different»

La histórica recuperación de «The Land of Joy» hubiera sido redonda con una función más


La vigésimo novena edición del Festival de Teatro Lírico Español subió el telón con la recuperación de la revista de Quinito Valverde, The Land of Joy (La tierra de la alegría), estrenada en el Park Theatre de Nueva York en 1917 y recuperada por la musicóloga Miriam Perandones. Un esfuerzo encomiable por parte de la Fundación Municipal de Cultura (y la Fundación Consejo España-EE.UU.) que debemos valorar muy positivamente y que se habría redondeado del todo añadiendo al ciclo una función más de este título.

Ambientada en una agencia de publicidad de los años sesenta, la producción carga a la zarzuela de todos los peores estereotipos que ha tenido que soportar durante años, pero en un contexto totalmente distinto que favorece la trama y los números musicales. La escena, reducida a unas escaleras (que hicieron las veces de tarima para el coro) y a la recreación de una especie de plató, seguramente se habría quedado algo pobre de no haber sido por el rico vestuario y, especialmente, por la fuerza interpretativa de un hilarante Alberto Frías que ejerció de maestro de ceremonias ante un público rendido a su comicidad.

Vocalmente, los protagonistas fueron sin duda Beatriz Díaz y David Menéndez. La soprano, con una voz bien timbrada y cierto vibrato que aportó una gran calidez, controló con oficio el volumen en todo momento, con unos pianos expresivos y bien ajustados, haciendo de maja de Goya e incluso de bandolera andaluza. Por su parte, el barítono David Menéndez, con una voz algo más oscurecida de lo habitual, aunque perdió proyección en los graves del «Clavelitos», supo desarrollar su rol de forma notable, mostrando sus buenas dotes actorales. Ambos, la allerana y el castrillonense, evidenciaron una gran sintonía en sus dúos y lucieron un color adecuado y bien empastado.

El papel de Lola Rubio fue desempeñado por la mezzo Marina Pardo. Su pesada voz y su vibrato natural no la hacen ideal para los pasajes ágiles y de texto abundante que contiene la obra de Quinito, aunque en algunos números, con menos orquesta, se defendió con cierta solvencia. El elenco se completaría con Rodrigo Cuevas, un acierto para protagonizar el número «Alegrías» con importancia de las castañuelas, pero más cuestionables sus amplificadas intervenciones vocales en unas piezas sin demasiada exigencia.

La orquesta Oviedo Filarmonía se amoldó perfectamente a la batuta de Pérez-Sierra y desplegó todo el repertorio de danzas compuesto por Valverde (hijo) siempre equilibrados, con viveza y en perfecta sincronía con respecto a lo que sucedía en escena. El coro, mucho más convincente en los números en castellano, hizo un buen papel y lució afinado y bien empastado, aunque el estatismo escénico ahogó buena parte de los recursos que ofrecía.

En definitiva, una apuesta arriesgada que rescata del olvido una zarzuela de hace un siglo y que como espectáculo y entretenimiento funciona correctamente. La ambientación juega en favor del hilo argumental y al elenco, muy de la tierrina, se sumaron una orquesta y un coro a gran nivel para aportar un aire fresco a la zarzuela: la tierra de la alegría y las oportunidades.

La Nueva España, 14 de febrero de 2022 · Jonathan Mallada Álvarez